Es mi película preferida del genial director sueco Ingmar Bergman. Explora los traumas de la infancia, la huella del pasado en el momento presente, la importancia de cuidar y amar a la familia más allá de los éxitos profesionales.
La relación de una madre pianista de fama internacional, Charlotte, con sus dos hijas, Eva y Helena, es tormentosa.
Charlotte sacrificó una vocación (de madre) por otra (de música). Los conciertos internacionales, donde recibe aplausos y dinero, representan una eterna huida de su familia, de las personas que debe cuidar y proteger. Es incapaz de amar y de ser amada.
Eva es un pedazo de pan, pero muy insegura. Perdió a su hijo de cuatro años en un accidente y vive con su marido, Viktor, un pastor protestante tan serio como tranquilo.
Helena sufre una enfermedad que la obliga a guardar cama todo el tiempo. Su madre no quiere ni verla.
A pesar de que hayan pasado tantos años, las heridas están abiertas y desgarran el alma de las mujeres que anhelan ser amadas y comprendidas. Una noche, Eva bebe vino para superar sus miedos y atreverse a decir la verdad a una madre que no ha sido madre.
El problema más difícil es que no sé cómo soy. Voy como ciega, si alguna me acepta como soy puede que sienta curiosidad y me estudie a mi misma
Las desilusiones de la madre las sufría la hija.
Cuando no puedo dormir por la noche me pregunto si he vivido de verdad.
Ingmar Bergman, 1978
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