Un familiar y yo discutimos sobre el tema de la caridad cristiana. Para él, los curas no deberían llevar alzacuellos porque lo más importante era arremangarse con los pobres y oprimidos del mundo. Yo, en cambio, no veía contradicción alguna en el hecho de que un cura vista de cura, o una monja de monja, para atender a los desvalidos, los emigrantes o los refugiados.
Le recordé que la auténtica caridad cristiana mira primero la salvación del alma del necesitado sin dejar de atender sus necesidades corporales, como hizo fray Junípero Serra en California o, más recientemente, el párroco de Santa Ana, un "hospital de campaña" de personas sin papeles y sin hogar en Barcelona.
En la Biblia, el Señor, a través de san Pablo, convierte y bautiza a Onésimo, el esclavo pagano, y después lo envía a Filemón para que lo acoja en su casa. Invertir ese proceso es caridad loca que, por supuesto, el mundo aplaudirá.
Mi familiar y yo no llegamos a ningún punto de encuentro en nuestro debate, erre que erre, y acabé recomendándole la película del comecuras Luis Buñuel que viene al caso.
En esta cinta de los años 60, censurada por el régimen franquista, la protagonista es una novicia que cuelga sus hábitos al sentirse culpable de la muerte de su tío, y decide acoger en su propia casa a un grupo de mendigos. Descuida la salvación de sus almas. Omite cualquier referencia a la Iglesia. Los mendigos fingen que se convierten en buenos gracias a su lucha por la "justicia social". Pero a la primera de cambio se aprovechan de la pobre mendecata e improvisan una paradia de la última cena.
Me parece la mejor crítica al activismo desnortado de aquellos meapilas que no entienden la caridad, palabra maltratada por el mundo, que no se entiende.
Luis Buñuel, 1961
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